Ahora, era tiempo de retomar eso de los Géneros literarios.
─El nombre original de la Narrativa era “Épica”. Así la había nombrado Aristóteles, el filósofo griego, cuando se dedicó a observar todas las obras literarias. Es decir, reunió las producciones conocidas en su época cuya materia prima era la palabra y su búsqueda, la belleza. Para ordenarlas, decidió clasificarlas por características comunes bajo tres nombres: Épica, para las que contaban hechos y tenían la voz de un narrador como intermediario entre los hechos relatados y el espectador. Dramática, para las que eran representadas por actores en anfiteatros solemnes ante los ciudadanos de Atenas. Y Lírica, aquellas que eran acompañadas por la música de la Lira y se caracterizaban por expresar los sentimientos del poeta en primera persona. Éstas tomaban el mundo sensorial para volcar en él sus emociones.
─¿Y por qué se llama “Narrativa” ahora?─ preguntó Gabriel.
─El motivo es que un filósofo del Siglo XVIII propuso ese nombre. Si no hubiera sido lógico, jamás nadie habría atendido a su propuesta. Pero la justificación que dio para cambiarle de nombre al género fue muy atendible. La Épica o Narrativa antigua tenía una función social clara en su comunidad. En general, trataba de asuntos históricos, registraba hechos heroicos en el principio de una civilización. Hechos que daban identidad a un pueblo. Los héroes que protagonizaban esas epopeyas antiguas o los cantares de gesta medievales encarnaban valores. Por medio de ellos se enseñaban conductas ejemplares a los jóvenes. Cuando la literatura ya no se enfocó en batallas heroicas sino en relatar asuntos cotidianos de hombres comunes o de antihéroes, la finalidad social se diluyó. La ejemplaridad y la construcción de una identidad nacional ya no caracterizó a la literatura. La clasificación de “Épica” ya no se ajustó y por eso el mundo aceptó el cambio de denominación por el de “Narrativa”.
Gabriel bajó la cabeza e intentó copiar todo aquello que la profesora había dicho. Mientras tanto, se oyó estridente el timbre y la clase terminó.
Julián no lo tenía hecho. En esto no había ninguna novedad. Él solía desconectarse del colegio en cuanto cruzaba el umbral y pisaba la calle. Nada se le podía pedir con esperanza de que lo hiciera. Sin embargo, en clase prendía todos los sensores y absorbía cualquier cosa que estuviera cerca. Todo, no se le escapaba nada. Así era como se sacaba 8 o 9 en casi todas las materias. Nunca se había llevado ninguna. Ni siquiera a diciembre. Nada.
Ahora, tendría que haber resuelto la pregunta de la profesora, y no la tenía. Se acordó cuando ya habían izado la bandera y marchaban hacia la escalera.
No hizo falta más que acercarse a Paula y pedirle ayuda.
Cuando la de lengua preguntó a qué agentes les atañía la consideración de género literario de un texto, él contestó con soltura:
─Al escritor, al lector, y a dos agentes más, los editores y los críticos literarios.
Contundente. Así era Julián. Suplía lo que no hacía con una seguridad que jamás tenía grietas. Paula pensó, al escucharlo, que ella trabajaba diez veces más para sentir esa bendita confianza en saber lo necesario. Pero, aunque llevara más esfuerzo, no le molestaba. Ella estaba conforme consigo misma. Era constante, metódica, organizada y por todo eso, segura de sí. Al fin y al cabo, esa voluntad era una manifestación más de inteligencia. No le hacía falta distraerse tanto, evadirse tanto, ni fingir conocimientos que no tenían fondo.
Lo de ella era otra cosa. La movía el deseo de saber. Pero un poco más la intención irrenunciable de buscar la perfección. En todo. En cualquier momento. Se frustraba hasta el llanto si algo no salía como debía. A veces eran detalles. Por eso no le pesaba que otros trabajaran menos y se llevaran laureles igual. Ella ni siquiera se ocupaba de seguir la vida de los demás. Tenía demasiado trabajo con ella misma, debía cincelar su propia persona antes de envidiar la suerte de nadie. Porque ése era su objetivo. Cincelarse. Mejorar, podar lo que no le hacía bien, explotar los dones que sentía que le habían llegado de pura suerte…
(No, no era suerte, sino simple gratuidad divina. La incuestionable gratuidad de Dios al dar dones y límites a cada quien, puede ser incomprensible para el hombre, pero no por eso es azar.)
Lo cierto es que Paula habría podido profundizar la respuesta diciendo que cuando unescritor se propone una obra, considera, en general, primero el formato en que navegará.
No es lo mismo la disposición frente a un poema, con su gran economía, y con la densidad que carga cada palabra, que iniciar una novela que tendrá que reproducir un ritmo mucho más lento, paulatino y advenedizo. En ella podrían abundar los desvíos, en el poema no.
Y si quisiera iniciar una obra teatral, tendría que manifestar acción, diálogo puro. La agilidad sería la marca característica del texto que se propondría escribir.
Para el editor─ también habría dicho, certera, Paula─ es importante el asunto del género. Cualquier texto que le llevaran sería pasado por el tamiz del mercado, de aquello que tiene salida, que puede venderse fácilmente: aquel género con que sea posible generar ganancias. Y entonces, los poemas y los guiones teatrales retrocederían frente a la novela y el cuento. La narrativa es, desde hace al menos dos siglos, el género mayor más consumido.
Y si alguien puede medir la calidad del texto, ése se el crítico. También atenderá al formato en el que está escrito para hallar una referencia imprescindible a un género u otro. Sin ello, sería incapaz de verter una opinión o generar un análisis. Sin importar si la obra rompiera las normas de un género, el crítico estaría interesado en las características que debería haber cumplido el texto. Si las respetara magistralmente, o las rompiera bellamente, la opinión sería positiva. Pero debía tenerlas en cuenta para apreciar el juego creativo… Sólo así es posible medir la novedad y la originalidad de cada obra y cada artista.
Pero quien habría explicado mejor que nadie lo que sucedía al lector era Candela. Candela, la voracidad lectora hecha persona. Leía con un ritmo aterrador para las finanzas de sus padres. Compraba libros sin descanso y no le duraban las páginas vírgenes más de una semana. Ella sí habría sabido reconocer perfectamente las expectativas de género que lleva todo lector al entrar a una librería. Estaría clara en saber si deseaba leer una novela, un libro de sonetos, o lo que fuera. Esa expectativa ya era una relación innegable con los géneros literarios.
Julián no sintió que hiciera falta retener todas esas explicaciones porque bien podría deducirlas cuando, eventualmente, se lo preguntara la profesora.
Tema, la épica medieval. Texto, El Cantar del Mío Cid. Eso tocaba.
─ El año pasado, con el profesor Seoane, habrán visto la Edad Media. ¿Quién se acuerda cuándo ocurre?
Paula buscó en su archivo de memoria. No estaba segura pero le parecía que era en el siglo V después de Cristo. Lo pensaba cuando oyó que Gina contestaba.
─Empezó cuando cayó el Imperio Romano. Cuando los bárbaros invadieron las fronteras de Roma porque estaban debilitadas.
─¡Excelente! Es el momento en que Europa pierde su cabeza única, el emperador romano, y se atomiza por las continuas guerras internas e invasiones. De esas batallas van surgiendo caballeros que prevalecen sobre los demás, se van enriqueciendo y logran el tratamiento de señores. Con el tiempo, el estado de inseguridad en que viven los pueblos va generando la necesidad de protección entre las clases más bajas. Por otro lado, los terratenientes o señores poseen tierras que no pueden trabajar debido a su actividad bélica, así que ambas urgencias dan a luz a un acuerdo social entre campesinos y señores.
─¡El contrato feudal! ─ dijo con entusiasmo Salvador.
─¡Sí, ahora me acuerdo! Era cuando vivían en los castillos que tenían murallas y un puente levadizo y se defendían con catapultas, con arco y flecha… ─dijo Juan.
La profesora tomó la posta y completó:
─Exacto. Y cuando ese estilo de vida estaba vigente, la literatura comenzó nuevamente a circular de castillo en castillo por medio de los juglares, que eran como noticieros ambulantes. Narraban las batallas de los héroes de cada región. En principio, eran noticias frescas, pero se fueron tornando un entretenimiento cuyo valor dejó de ser la novedad o la veracidad y se tornaron más bien un objeto artístico, un producto hecho de palabras cuyo objetivo era deleitar. Así se compusieron los poemas épicos típicos de esta época: Los cantares de gesta. ¿Recuerdan qué los diferenciaba de las Leyendas, también producciones de esos siglos?
─¿Cómo? ¿no era que en la Edad Media, como era un tiempo de guerras sólo se copiaban textos antiguos?─ preguntó Marina.
─No─respondió la profesora─ eso sucede sólo los primeros tiempos de la Edad Media, en la Temprana, después vuelven a producir poemas épicos…
Paula levantó la mano y esperó que le diera la venia Clara.
─Los cantares son poemas que parten de hechos que sí ocurrieron. Pero las leyendas no, el héroe es un personaje irreal, creado por su pueblo para convertirlo en un ejemplo para los jóvenes.
─Sí, perfecto. Además de un ejemplo era el elemento que representaba una unión cultural. En la medida en que varios pueblos reconocían determinado héroe como propio, se asimilaban y se consideraban miembros de una misma cultura. Es así.
Los juglares visitaban los castillos y recitaban los poemas épicos ante un auditorio. Casi siempre solventaban su estadía y lo que consumían pagando con su trabajo de narradores. En muchos casos ni siquiera sabían leer y escribir. Habían aprendido de memoria los miles de versos que componían un cantar.
Una mano se levantó. Era Aylén. Preguntó si, entonces, los cantares de gesta se transmitían oralmente o habían sido puestos por escrito. La profesora respondió que en principio se compusieron como noticias orales pero después de siglos de circulación se pusieron por escrito y así se conservaron hasta nuestros días.
La clase se fue deshilachando en pequeñas conversaciones que se trenzaron en cada grupo y Clara no las detuvo porque unos segundos después el reloj la daría por terminada.