domingo, 21 de abril de 2013

Quintos. El género dramático. Orígenes

El origen del teatro se remonta a varios siglos antes de Cristo. El primer registro de obras representadas son interpretaciones de ceremonias en honor del dios Dionisio, en las que se utilizaba un "ara" (o piedra) que hacía las veces de dios del vino y el desenfreno, y en torno de la cual se bailaba y cantaba. A dichas canciones se les llamaba "ditirambos". Posteriormente, un personaje se independizó del coro y ofició de interlocutor en los ritos en cuestión. A este primer actor se le llamó Corifeo y su función fue principalmente establecer un diálogo con el Coro, o grupo original. El "ara", más tarde, se reemplazó por otro actor y los diálogos entre el "coro" y el dios Dionisio tuvieron lugar. Con el tiempo, a ese primer actor se le sumó un segundo actor y luego otros, dando lugar a un prototeatro similar al que los griegos del siglo de Pericles producen en cantidad. En el teatro de Atenas del siglo V, las funciones teatrales son visitadas por todos los ciudadanos (únicos que poseen derecho a ingresar). Si bien no dejan jamás de ser objetos artísticos, estas representaciones guardan un fin social importantísimo. El de educar las pasiones del ciudadano. En vista de que el sistema político supone la participación activa del hombre nativo y propietario, quien tiene voz y voto en los destinos de su patria, a los griegos les resultaba importantísimo educar a ese ciudadano en el manejo prudente de sus tendencias y emociones, para que pudiera elegir con equidad y prudencia lo mejor para su ciudad y para sí mismo. La tragedia intenta precisamente eso, mediante el mecanismo de "catarsis", por el cual el espectador, sentía terror y conmiseración ante la caída en desgracia de su héroe. Este hecho prevenía al hombre común para que no sucumbiera ante los mismos males. Es decir, los horrores acaecidos al héroe de la tragedia, purificaban los deseos perniciosos del espectador, haciéndole imaginarse a sí mismo en una situación igualmente desesperada, y por ende, evitarla. Este movimiento interior también obraba como ordenador religioso de la conducta. En suma, el teatro posee en los albores de la cultura occidental un sentido primitivo religioso. Cuando cayó el Imperio Romano y comenzó la Edad Media, el teatro se sepultó entre los restos de una cultura pagana. Sólo varios siglos después retornaron las representaciones olvidadas a partir de la teatralización de ciertos pasajes sacros en el seno de las celebraciones pascuales y navideñas. Entonces, las lecturas se hicieron dividiendo los parlamentos entre varios feligreses. Con los años, estas escenas representadas se tornarían menos sacras e irían independizándose de lo sacramental, al tiempo en que se iban alejando del altar los escenarios. En efecto, primero en el atrio y luego fuera, a las puertas de la Iglesia, el teatro fue saliendo del ámbito religioso y sumando temas profanos, hasta hallar su sitio en las plazas públicas y su lenguaje en el registro cómico y non sancto. Una vez más, luego de muerto el teatro, su resurrección medieval comienza a partir del tema religioso. Este hecho sugiere que el acto de representar historias supone naturalmente un abordaje profundo y existencial de la vida y el mundo.