Capítulo III: Teoría del péndulo. Espíritu. Lo apolíneo y lo dionisíaco
Eran las siete y media. Segunda semana de clases. Todavía hacía calor, incluso a esa hora. Ariana estaba con sueño, pero le atraía la clase. El profesor no parecía estar hablando de literatura, sino de otra cosa. La belleza, lo que se consideraba lindo en cada época. Estaba bueno el tema.
Ariana, que desde chiquita pensaba en ser diseñadora de indumentaria, seguía la explicación con mucho interés. El profesor iba recorriendo uno tras otro los periodos a los que llamaba “Movimientos artísticos o literarios”. Y ella, que ya había tomado la comparación con la moda como una constante para entender la materia, se iba imaginando los vestidos de la Edad Media, los de María Antonieta, los de tiempos de Charleston, con sus flequitos…
Mientras tanto, captaba la idea: Un movimiento era un periodo con un estilo y unos temas determinados; con un espíritu y un paradigma también. Todos los autores tenían caracterísiticas comunes entre sí. Todas las obras también. Pero de pronto los artistas primero, y el público después, se cansaban de ese estilo, se hartaban de esos temas, y venía lo nuevo.
Seoane se enfocó, no en un Movimiento literario, sino en el proceso de pasaje entre un periodo y otro. Postulaba, en realidad, su teoría sobre el motivo por el cual después de un Movimiento artístico, de pronto, se pasaba a otro.
“La teoría del péndulo”, le decía. Para explicarla, dibujó un péndulo como los que hay en los consultorios de los psicoanalistas, esos en que la bolita oscila entre un extremo y otro. Y aclaró que con los segundos, la bolita va perdiendo fuerza hasta quedarse quieta. Cuanta más fuerza se le imprimía al inclinarla hacia un lado, más fuerza tendría el regreso hacia el otro. Si un movimiento literario se volvía muy sobrecargado, por ejemplo, el siguiente propondría lo simple, lo despojado.
En pocas palabras, era algo así como la sensación de saturación de algo que se usaba, para dar paso a lo contrario. Un rechazo a lo conocido y la necesidad de crear algo nuevo. Hartazgo y creatividad. Nuevo comienzo.
−Así es como cambian los estilos y los temas que desarrolla el arte− decía el profesor por explicar la alternancia entre un movimiento literario y otro.
Ariana conocía bien eso. Le pasaba seguido. Cuando algo, como las calzas con el agujero en la rodilla, estaba en todos lados, ¡puaj! , ya no las quería. Las regalaba. Prefería otra cosa.
Martín estaba sentado del otro lado del curso, con Lucas. A ellos les aburría un poco más el tema. No sabían sobre moda, ni les interesaba. Pero cuando Tomás nombró a los pioneros, ambos volvieron a prestar atención.
Tomás, que se sentaba último y solo en la fila del medio, había dicho que los “pioneros” eran los primeros que sentían el cansancio artístico y proponían algo nuevo. Tomás leía muchísimo. Siempre traía a clase esos datos que nadie conocía.
A Lucas le sonó inmediatamente la palabra “pioneros”, aunque no en ese sentido. Había visto una película en la que los “pioneros” eran los primeros blancos que habían llegado al lejano oeste en Estados Unidos. Peleaban por habitar las tierras conquistadas a los siux. Eran los fundadores de las instituciones de la región.
Preguntó si a esos se refería.
El profesor les dijo que ése era un ejemplo de “pioneros”.
−Ahí los primeros que llegaban, se quedaban con la tierra.− dijo Lucas.
−Bueno, muchos de los que se quedan con el crédito son los pioneros artísticos− agregó el profesor.
Lucas lo pensó en términos musicales. Estaba aprendiendo a tocar la batería hacía un año. Y admiraba a los mejores. Jamás lo había pensado así, pero era cierto, no sólo importaba ser bueno, virtuoso para tocar. Seguro que pasados los años el mundo recordaría a los primeros que hicieron un cambio. Ringo… después Bonham podía ser el más virtuoso, pero a Ringo lo conocía todo el mundo…
Julieta estaba en el segundo banco, en el medio. Nadie ignoraba cuál era su pasión. Bailaba desde los tres. Tenía cuatro pares de zapatillas de punta gastadas ya y sólo 15 años. Ella no estaba de acuerdo. Los que pasaban a la historia en la danza no eran los primeros en tiempo, sino en virtuosismo. Levantó la mano y le dio su opinión al profesor. La respuesta dejó afuera a algunos, que no entendieron bien de qué se hablaba:
− Hay disciplinas “clásicas”. ¿Alguien sabe cómo se estudia el latín? La antigua lengua de los romanos se sigue estudiando. Pero, ¿saben qué? Cuando uno la está aprendiendo no suele escribir cosas o decirlas oralmente, no construye nuevas oraciones ni nuevos textos, como sucedería en una clase de inglés. El motivo es que es una lengua “muerta” o “cerrada”, no sigue evolucionando como lo hacen las lenguas vivas. Por eso se estudia tal cual era en la antigüedad, sólo suele leerse y traducirse, pero no se inventa nada nuevo, no se innova. Se la adquiere como un objeto cerrado, perfecto. Algunas disciplinas como el ballet, tienen una dinámica parecida. No digo que en danza no se pueda innovar, pero en la danza clásica se tiende a imitar el modelo con la premisa de la perfección, no de la originalidad, no del cambio, no de la innovación. El arte no tiene por qué ser innovador, pero si estudiamos la dinámica por la que se suceden los periodos literarios, tenemos que estudiar precisamente la innovación.
La clase siguió su curso y el profesor dejó claro que el pionero generaba escuela, transformaba su medio, muchos lo seguían, aprendían de él, intentaban continuarlo, sólo así se producía un nuevo Movimiento.
La clase terminó, pero la discusión siguió dentro de la cabeza de unos cuantos. Varios que soñaban, aunque en secreto, con ser artistas, deportistas de renombre… Daba vergüenza decirlo. Creían que era de ilusos pensar que podían serlo. Pero íntimamente cada uno fantaseaba con algo así. Después, decían que serían abogados, administradores de empresas, ingenieros… Quizá por eso, cuando el viernes se juntó la “bandita” en casa de Gonza, volvieron al tema.
−Lo que yo no entendí es qué cambiaban los nuevos artistas –preguntó Leandro.
−Che, no vamos a hablar ahora del colegio, ¿no?
−No es del colegio, estábamos discutiendo con Lucas si es mejor baterista Bonham que Ringo Starr y por qué uno es más reconocido que el otro.
−La fama no tiene nada que ver con el talento. Es suerte.−dijo Miguel, que rara vez se reunía con los demás, pero ese día estaba allí.
−No, ni a palos. ¿Qué va a ser suerte? – escupió Lucas con furia…
La charla ya empezaba a subir el volumen. Gonza, el más interesado en que no se excitaran demasiado, porque en la planta alta sus padres miraban una película, intervino:
−Leandro no se refería a eso, igual. Lo que cambia son los estilos, lo los temas, esas cosas. Pero sobreeetodo el espíritu del movimiento respecto al ante-rior.
Desde chiquito Gonza tenía momentos en que le costaba hablar de corrido. Cuando estaba en la primaria había tartamudeado mucho más. Ahora, después de los tratamientos, se le había pasado bastante. Pero cuando se ponía nervioso, volvía alguna dificultad. Los chicos lo notaban y siempre le daban una mano sutil: otro lo interrumpía, alguno lo auxiliaba… Esta vez fue Martín.
−Yo entendí que el espítritu se relaciona con la forma de ver el mundo. Existen dos espíritus: El apolíneo y el dionisíaco.
−Basta, che, es viernes , déjense de hinchar con el colegio− gritó Manuel.
Pero los chicos lo ignoraron, porque ya en ese punto a cada uno le había picado el interés no por cuestiones de estudio, sino para entender su propia vida.
−Las chicas se quedaron al final de la clase y le preguntaron al profesor si esos espíritus también podían prevalecer en cada persona.
−¿Qué?−preguntó Manuel.
−Sí, yo estaba− agregó Lucas−, Juli le dijo al profesor que ella se sentía “apolínea”, que siempre buscaba el equilibrio, era racional, controlaba sus sentimientos …
−Bueno, menos mal que lo reconoce−dijo Lucas, que escondía en ese comentario su frustración. Varias veces había intentado tener algo con ella. No entendía por qué lo eludía. Pensaba que era una histérica. Siempre que hubiera alguien más, se portaba simpática y graciosa con él, pero cuando se quedaban solos, se ponía seria, buscaba eludirlo y finalmente escapaba. Lucas sabía, por boca de sus amigas, que tenía onda con él. Era desesperante saberlo y no poder hacer nada con eso.
No todos en el grupo entendieron a qué se refería Lucas con eso de “menos mal que lo reconoce”. Manuel también tenía en la mira a Juli. Así que sólo Martín, Gonza y el Topo entendieron lo que dijo. Miguel, como siempre, estaba en su mundo. Manuel tampoco era tonto. Tomó nota. Algo había detrás de esa reacción. Ya se enteraría. Esperaba que no fuera demasiado tarde.
Sin dudas, ése fue el momento en el que empezó a sospechar que Lucas y Juli… Ahora sí había un motivo claro para desear entender bien qué era lo apolíneo. Si Juli era apolínea, había que saber qué implicaba eso…
−¿Cómo era eso de “lo apolíneo”?
−Viene de Apolo, el dios griego−dijo Martín, quien como siempre era el que mejor captaba lo que se explicaba en clase. Sus lecturas lo ayudaban. Recordaba el Olimpo de libros infantiles que le había regalado su mamá sobre los mitos−. Apolo representaba para su civilización la razón, la mesura, el equilibrio.
−¿Sí?− preguntó Lucas, pensando él también en Julieta.
Nadie le respondió, había llegado la pizza y el hambre era casi un estado climático en casa de Gonza.
Miguel era el chico raro del curso. No sólo la forma en que se vestía o se peinaba. Era raro en todo. La música que escuchaba, especialmente. Música punk. Y aunque solía ser bastante callado, cuando hablaba era como si un volcán entrara en erupción y esparciera ceniza y lava sobre todos, en un segundo.
Esa extraña manera de ir del silencio a la furia asustaba un poco a los que convivían con él sin conocerlo. Siempre conectaba más a partir de la emoción que de los intereses comunes. Te quería o te odiaba de manera inmediata. Los que se acercaban de verdad a Miguel, cosa que no resultaba nada simple, descubrían que era tierno y vulnerable, sensible hasta el extremo. Viqui no estaba entre ese grupo. No había tenido la suerte todavía. Pero eso no disminuía cierta obsesión con él. Ella, que no era nada tímida, sin embargo, sabía reconocer en sus reacciones la tensión interna de los que guardaban dentro, en cambio de expresar. Se lo imaginaba. Era una extraña certeza. Una certeza que no viene de pruebas precisas, sino como fruto de la intuición. Vivía observándolo, eso es cierto. Tratando de descifrar sus reacciones. Leyéndolo, como se lee un libro. Eso. Para ella Miguel era un libro a medio abrir, un misterio por descubrir.
Lo cierto es que Viqui pensaba en él todo el día. Y cuando el profesor explicaba la naturaleza del espíritu dionisíaco, se fue olvidando de los periodos literarios, del arte, de los artistas y comenzó a entender que Miguel era el ejemplo más claro de espíritu dionisíaco que podía haber. Ese enfocarse en él le hizo perder de vista que ella misma también era dionisíaca. Esa atracción con el misterio, las armas intuitivas más que racionales, esa personalidad expansiva y pasional…
Mientras seguía el movimiento del profesor que iba por el pasillo del medio de atrás hacia adelante, miró a Miguel, que se sentaba detrás, un poco de reojo,
−Dijimos que existe un espíritu apolíneo. Pero también existe su contrapunto. El otro espíritu, el dionisíaco, se relaciona con el dios Dionisio, que para los griegos era extranjero, es decir, lo habían incorporado a su panteón cuando tuvieron contacto con pueblos a los que conquistaron. Por eso Dionisio representa tendencias contrarias a las preferencias de los griegos. No es prudente, sino emocional, no es racional. No es mesurado sino lo contrario...
“Sin dudas”, se decía. “Era él. Lo dionisíaco era él.”
Seoane continuó y ella no se apartó de la comparación continua con Miguel. Si hubiera observado su propia personalidad, quizá habría entendido por qué se sentía tan atraída por Miguel, aun habiendo cruzado apenas unas pocas palabras. En ambos predominaba el mismo sentir.