miércoles, 30 de agosto de 2017

Terceros. Otro esquema de práctica

1) Escribir tres oraciones que posean una suboración sustantiva. (De Sujeto, de Predicativo y de O.D.) Analizarlas.
2) Escribir tres oraciones que tengan PIAdv. (De causa, de Fin y de Tiempo) Analizar.
3) Escribir tres oraciones que tengan PIAdj. (Con nexo "que" y con nexo "cuyo"). Analizar.
4) Escribir dos oraciones cuya Proposición Incluida Sustantiva sea Aposición de la oración principal. Analizar.
5) Escribir dos oraciones cuya Proposición Incluida Sustantiva sea un Término de la oración principal. Analizar.

Quinto. Otro texto


La cueva

Cuando era niño me encantaba jugar con mis hermanas debajo de las colchas de la cama de mis papás. A veces jugábamos a que era una tienda de campaña y otras nos creíamos que era un iglú en medio del polo, aunque el juego más bonito era el de la cueva. ¡Qué grande era la cama de mis papás! Una vez cogí la linterna de la mesa de noche y le dije a mis hermanas que me iba a explorar el fondo de la cueva. Al principio se reían, después se pusieron nerviosas y terminaron llamándome a gritos. Pero no les hice caso y seguí arrastrándome hasta que dejé de oír sus chillidos. La cueva era enorme y cuando se gastaron las pilas ya fue imposible volver. No sé cuántos años han pasado desde entonces, porque mi pijama ya no me queda y lo tengo que llevar amarrado como Tarzán.

He oído que mamá ha muerto.

Fernando Iwasaki (Lima, 1961), Ajuar funerario (Páginas de Espuma, 2004)

martes, 29 de agosto de 2017

Quintos. Comprueben que les salen.

Muerte en la ciudad.  ´María Díaz Petenatti

 Un charco de sangre delineaba la silueta sobre el pavimento. El policía fue abriendo camino entre la gente hasta llegar a él.

La mujer miraba la escena petrificada. Al saber que había visto lo ocurrido, otro policía le dijo que debía ir a la seccional a declarar como testigo presencial.

No demoró en ir hasta el lugar donde había sido citada. El ambiente de la comisaría la ponía inquieta, sólo deseaba declarar y poder volver a su casa.

El oficial a cargo la llamó. Sentada en una silla frente a él comenzó a interrogarla con la pregunta que suponía sería sin lugar a dudas la primera:
_¿Usted lo conocía?

_Sí

_¿Y cómo se conocieron ustedes?

La expresión de su rostro cambió, sus ojos se llenaron de lágrimas. Le faltaba el aliento cuando dijo:
_Es una larga historia.

_Tengo poco tiempo para escucharla, le pido por favor que sea breve pero específica.

_Hace muchos años que Daniel está enfermo. Desde su adolescencia padece de esquizofrenia, pero últimamente su estado se agravó, entró en depresión seguida de angustia.

Su bipolaridad lo hizo escurridizo, desconfiado. Culpaba al psiquiatra de su estado emocional.

El mismo apareció muerto en su consultorio hace dos semanas. Ese día habían tenido cesión.

Como las investigaciones son siempre traumáticas para personas con su sintomatología, su vida se convirtió en un verdadero infierno. Nada se encontró nada en su contra, pero no es justo lo que le sucedió a Carlos, un ser humano increíblemente hermoso, lleno de vida, apasionado por su profesión.

Nadie me sacará de la cabeza que fue él quien lo mató. ¡Nadie!

_Continúe por favor.

_ Hoy fui a su casa para hablar. Quería averiguar cómo había sido su última sesión con Carlos. Cualquier detalle me hubiera servido. Le pregunté inútilmente si había visto u oído algo. No escuchaba nada de lo que le decía. Parecía mirarme con miedo.

Salió casi corriendo de su casa dejándome sola en el comedor. Lo seguí y cuando estaba por cruzar la calle resbaló y fue embestido por el camión. Eso es todo lo que tengo para contarle.

_¿Eso es todo? Aún no me ha contestado cómo lo conoció, pregunta con la cual quise que iniciara esta declaración.

_¡Ah, tiene razón! Yo era la secretaria del Doctor Carlos Fuentes. A Daniel lo conocí cuando comenzó su tratamiento.

Me daba muchísima bronca ver lo bien que se llevaban los dos. Cuando Daniel llegaba a la consulta yo no existía más para Carlos. Se cerraban con llave y las sesiones eran interminables.

_¿A usted le daba bronca, o celos?

El policía la miró fijamente. Ella sostuvo por un tiempo la mirada pero luego bajó la cabeza visiblemente perturbada.

_Va a tener que quedarse. Creo que debemos seguir hablando

Ya no importa el tiempo. Ahora hay dos temas sobre los que debemos hablar. Mejor dicho, hay dos muertes sobre las que tenemos que hablar. Y creo que usted va a hablar mucho, ¿no es así señorita?

Quintos. Otro texto por pedido de ustedes.


El despistado

El avión ha aterrizado, han parado los motores, ya se apagó la señal que obligaba a usar el cinturón. Sin embargo, nadie se levanta. No comprendo cómo los demás no tienes ganas de abandonar este sitio después de haber experimentado el horroroso vuelo, los ruidos extraños, la explosión, el humo espeso, el terrible zarandeo. Me levanto yo, abro el maletero, saco mi cartera, mi abrigo. Acabo de descubrir que todos me están mirando. De repente me señalan y se echan a reír con una carcajada extraña, una carcajada que parece llena de dolor, y aquí estoy yo con la cartera en una mano y el abrigo en la otra, sin enterarme de lo que sucede.

Quintos. Más cuentos


La pelota
Felisberto HERNÁNDEZ

Cuando yo tenía ocho años pasé una larga temporada con mi abuela en una casita pobre.
Una tarde le pedí muchas veces una pelota de varios colores que yo veía a cada momento en el almacén. Al principio mi abuela me dijo que no podía comprármela, y que no la cargoseara; después me amenazó con pegarme; pero al rato y desde la puerta de la casita –pronto para correr- yo le volví a pedir que me comprara la pelota. Pasaron unos instantes y cuando ella se levantó de la máquina donde cosía, yo salí corriendo. Sin embargo ella no me persiguió: empezó a revolver un baúl y a sacar trapos. Cuando me di cuenta que quería hacer una pelota de trapo, me vino mucho fastidio. Jamás esa pelota sería como la del almacén. Mientras ella la forraba y le daba puntadas, me decía que no podía comprar la otra y que no había más remedio que conformarse con esta.
Cuando la estaba terminando, vi como ella la redondeaba; tuve un instante de sorpresa y sin querer hice una sonrisa; pero enseguida me volví a encaprichar. Al tirarla contra el patio el trapo blanco del forro se ensució de tierra; yo la sacudía y la pelota perdía forma: aquello que no era una pelota; yo tenía la ilusión de la otra y empecé a rabiar de nuevo.
Después de haberle dado las más furiosas ‘patadas’ me encontré con que la pelota hacía movimientos por su cuenta: tomaba direcciones e iba a lugares que no eran los que imaginaba; le venían caprichos que me hacían pensar que ella tampoco tendría ganas de que yo jugara con ella. A veces se achataba y corría con una dificultad ridícula; de pronto parecía que se iba a parar, pero después resolvía dar dos o tres vueltas más. En una de las veces que le pegué con todas mis fuerzas, no tomó dirección ninguna y quedó dando vueltas a una velocidad vertiginosa. Quise que eso se repitiera pero no lo conseguí. Cuando me cansé, se me ocurrió que aquel era un juego muy bobo; casi todo el trabajo lo tenía que hacer yo; pegarle a la pelota era lindo; pero después uno se cansaba de ir a buscarla a cada momento. Entonces la abandoné en la mitad del patio. Después volví a pensar en la del almacén y a pedirle a mi abuela que me la comprara.
Ella volvió a negármela pero me mandó a comprar dulce de membrillo (cuando era día de fiesta o estábamos tristes comíamos dulce de membrillo). En el momento de cruzar el patio para ir al almacén, vi la pelota tan tranquila que me tentó y quise pegarle una ‘patada’ bien en el medio y bien fuerte; para conseguirlo tuve que ensayarlo varias veces.
Como yo iba al almacén, mi abuela me la quitó y me dijo que me la daría cuando volviera. En el almacén no quise mirar la otra, aunque sentía que ella me miraba a mí con sus colores fuertes. Después que nos comimos el dulce yo empecé de nuevo a desear la pelota que mi abuela me había quitado; pero cuando me la dio y jugué de nuevo me aburría muy pronto. Entonces decidí ponerla en el portón y cuando pasara uno por la calle tirarle un pelotazo.
Esperé sentado encima de ella. No pasó nadie. Al rato me paré para seguir jugando y al mirarla la encontré más ridícula que nunca; había quedado chata como una torta. Al principio me hizo gracia y me la ponía en la cabeza, la tiraba al suelo para sentir el ruido sordo que hacía al caer contra el piso de tierra y por último la hacía correr de costado como si fuera una rueda.
Cuando me volvió el cansancio y la angustia le fui a decir a mi abuela que aquello no era una pelota, que era una torta y que si ella no me compraba la del almacén yo me moriría de tristeza. Ella se empezó a reír y a hacer saltar su gran barriga. Entonces yo puse mi cabeza en su abdomen y sin sacarla de allí me senté en una silla que mi abuela me arrimó. La barriga era como una gran pelota caliente que subía y bajaba con la respiración. Y después yo me fui quedando dormido.

Quintos. Otro cuento para practicar


FELICIDAD CLANDESTINA

Clarice LISPECTOR

 

Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía éramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historias le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.

No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima, siempre era algún paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos. Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como «fecha natalicia» y «recuerdos».

Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, delgadas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.

Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.

Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.

Hasta el día siguiente, de la alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.

Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.

Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de vida, el drama del «día siguiente» iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.

Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? No lo sé. Ella sabía que, mientras la hiél no se escurriese por completo de su cuerpo gordo, sería un tiempo indefinido. Yo había empezado a sospechar, es algo que sospecho a veces, que me había elegido para que sufriera. Pero incluso sospechándolo, a veces lo acepto, como si el que me quiere hacer sufrir necesitara desesperadamente que yo sufra.

¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que no era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.

Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortada de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!

Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: Vas a prestar ahora mismo ese libro. Y a mí: «Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿Entendido?» Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: «el tiempo que quieras» es todo lo que una persona, gran-de o pequeña, puede tener la osadía de querer.

¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.

Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si ya lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... Había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.

A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo.

Ya no era una niña con un libro: era una mujer con su amante.

lunes, 28 de agosto de 2017

Quintos. Otro microcuento

Resistencia

La señal fracasó. El poeta había escrito una epopeya, cientos de folios, por advertir a quien amaba que era tiempo de cambiar o de morir… Su musa leyó aquello y desplegó una sorna despiadada. Seis meses duró la burla.

Una mañana, el poeta oyó que había partido de una muerte idéntica a la que él pensó para ella. Sólo entonces descubrió el aterrador poder de su pluma.

Quintos. Más práctica.


Vínculo

Fue verlo a los ojos y sentir la náusea. El rechazo inmediato de aquel cuerpo, de aquella cara que no le correspondía.  Y, sin embargo, saber seguro que era él en los ojos.  Un él conservado en la conciencia a pesar de los olvidos. Nada recordaba, ni una escena, ni un siglo, ni una ciudad. Pero era él, después de eternidades de desencuentros. Él, en los ojos.

 

Quintos. Para practicar


Permanencia

Conrado Fox

No soporto tu silencio. Ni esa vista perdida rehuyéndome. Si pienso cómo comenzó esta distancia, creo que fue en el asalto, al entrar esos tipos. No, no cuando entraron. Fue cuando estábamos arriba  y te pegaron el trompazo. Ahora sí me acuerdo. Desde que te golpeó y yo me le tiré encima… No. Exactamente con el tiro llegó tu indiferencia. Desde entonces, como si yo no existiera…

domingo, 27 de agosto de 2017

Terceros. Subordinadas

1) Al que no vio los peligros que acechaban desde las sombras le fue imposible eludir el golpe.
2) El asunto cuyas aristas intentaste comprender fue resuelto ya.
3) Con extremo arrepentimiento confesó que él había sido el asesino.
4) Cuando no aceptás críticas, tampoco aprendés lo que está disponible.
5) El misterio que intenta resolver la física cuántica es el de la conexión fantasmal.
6) Mientras anunciaste que te irías, ya alquilabas un piso para que ella se instalara ahí.
7) Quedarse mudo cuando te cuestionan no es lo que se espera de vos.
8) Los diputados que estaban en ejercicio de sus funciones ratificaron la decisión que había tomado la cámara.
9) Florecer en nombre de Jesucristo es el objetivo que tiene todo cristiano.
10) No quiero escuchar lo que dice porque me duele la intención que tiene su mensaje.

viernes, 25 de agosto de 2017

Terceros. Mucho más para practicar.

1. Para que no vinieras mañana, te juntamos las clases que debías dar.
2. El que no guardó sus útiles, se quedará después de hora.
3. El problema que tuvimos fue que Manuel no llegó a horario.
4. El día que fijaron para festejar al lector surge porque quisieron homenajear a Borges.
5. El campamento que íbamos a hacer esta semana se hará cuando se pueda.
6. La inundación ocasionó que los conductores estuvieran obligados a hacer un desvío.
7. El desayuno que no tomaste es la energía que te falta a media mañana.
8. Vimos a Marcela donde compramos la reposera que llevamos a la playa ayer.
9. El configurar una computadora no es lo que muchos creen.
10. Porque te quiero, te aporreo.

miércoles, 23 de agosto de 2017

Quintos. Para practicar.


La casa de Asterión

Jorge Luis Borges

Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.
Apolodoro: Biblioteca, III,I

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito)1 están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo,

Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta oAhora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya veras cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

viernes, 18 de agosto de 2017

Quintos. Texto para practicar géneros

Responder
1. ¿Cuál es el tema del texto? ¿Qué mensaje deja?
2. Mediante qué argumento lo propone.
3. ¿Qué sentido de realidad plantean los hechos y a qué subgénero pertenece según este aspecto?
4. ¿A qué otros subgéneros corresponde?
5. ¿Cómo es el estilo y el lenguaje elegido por el autor? ¿Por qué te parece que escoge así? 



La profecía autocumplida García Márquez



Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. 
Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación.
 
Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:
 
"No sé pero he amanecido con el presentimiento que algo muy grave va a sucederle a este pueblo".
 

El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:
 
"Te apuesto un peso a que no la haces".
 
Todos se ríen. El se ríe. Tira la carambola y no la hace.
 
Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla
 
Y él contesta: "es cierto pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo".
 

Todos se ríen de él y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mama, o una nieta o en fin, cualquier pariente, feliz con su peso dice y comenta:
 
-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.
 
-¿Y porqué es un tonto?
 
-Porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.
 

Y su madre le dice:
 
- No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.
 

Una pariente oye esto y va a comprar carne.
 
Ella le dice al carnicero:
 
"Deme un kilo de carne" y en el momento que la está cortando, le dice: Mejor córteme dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado".
 

El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar un kilo de carne, le dice:
 
"mejor lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar y se están preparando y comprando cosas".
 

Entonces la vieja responde: "Tengo varios hijos, mejor deme cuatro kilos..."
 

Se lleva los cuatro kilos y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata a otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor.
 

Llega el momento en que todo el mundo en el pueblo, está esperando que pase algo.
 
Se paralizan las actividades y de pronto a las dos de la tarde.
 
Alguien dice:
 
-¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?
 
-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!
 
Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.
 

-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.
 
-Pero a las dos de la tarde es cuando hace más calor.
 
-Sí, pero no tanto calor como ahora.
 

Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:
 
"Hay un pajarito en la plaza".
 
Y viene todo el mundo espantado a ver el pajarito.
 
-Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.
 
-Sí, pero nunca a esta hora.
 

Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.
 
-Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.
 
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde todo el pueblo lo ve.
 

Hasta que todos dicen: "Si este se atreve, pues nosotros también nos vamos".
 
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo.
 
Se llevan las cosas, los animales, todo.
 

Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice: "Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa", y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.
 

Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, le dice a su hijo que está a su lado:
 
"¿Viste, mi hijo, que algo muy grave iba a suceder en este pueblo?"


jueves, 17 de agosto de 2017

Terceros.

1. Cuando comprendimos que no llegaría ese día ni nunca, comenzamos el trabajo en la aceptación de que debíamos arrancar de cero.

2. Quienes, por extrañas razones, decidieron declinar el premio, confesaron que evitaban en ese acto consecuencias que no querían asumir.

3. El maltrato de quien nos atendió en la oficina pública es inadmisible para cualquiera que lo sufra.

4. Como el que se fue se olvidó de su bolsita, se la daremos a quien primero la reclame con insistencia.

5. No quisimos que hicieras la monografía porque nos pareció injusto que trabajaras el doble que los demás.

domingo, 13 de agosto de 2017

Terceros. Subordinadas de varios tipos

1. Mientras viajábamos hacia Neuquén, llegó un oficio del juzgado que nos intimaba a presentarnos al día siguiente ante el juez.
2. Al iniciar la sesión en que votarían la ley de defensa al consumidor, un diputado que representaba al pueblo de la Provincia reveló que grandes empresas pagaron coimas a quienes podían inclinar la balanza de la elección.
3. Los asistentes de quien daría el show avisaron que el artista estaba indispuesto y prometieron que devolverían el dinero en cuanto pudieran.
4. Asustados por las condiciones en las que estaban cuando llegaron los rescatistas, dudaron de que fuera un buen presagio su irrupción.
5. Al que no sabe a quién votar, le recomiendo que piense qué cosas cambiaría y cuáles dejaría así como están ahora.

lunes, 7 de agosto de 2017

Terceros. Practicando subordinadas

Analizar:
1) Estuvimos acompañándola hasta la madrugada porque estaba aterrorizada por el curso de los hechos.

2) El que aportó su firma al pedido, entrará en un sorteo que entregará varios premios.

3) El mejor alumno es el que ayuda a los demás con sus tareas, y también aprende mucho.

4)  El vehículo en el que vinimos hoy no es mío sino de mi hermana.

5) Para que no tropieces nuevamente con la misma piedra, debes reflexionar todo lo que te sucede.