El despistado
El avión ha
aterrizado, han parado los motores, ya se apagó la señal que obligaba a usar el
cinturón. Sin embargo, nadie se levanta. No comprendo cómo los demás no tienes
ganas de abandonar este sitio después de haber experimentado el horroroso vuelo,
los ruidos extraños, la explosión, el humo espeso, el terrible zarandeo. Me
levanto yo, abro el maletero, saco mi cartera, mi abrigo. Acabo de descubrir
que todos me están mirando. De repente me señalan y se echan a reír con una
carcajada extraña, una carcajada que parece llena de dolor, y aquí estoy yo con
la cartera en una mano y el abrigo en la otra, sin enterarme de lo que sucede.