jueves, 29 de septiembre de 2016

Quintos. Cuento "Ciudad de los Césares" para practicar

1. Proponer dos alternativas para género según la apertura de sentido de realidad. Justificar
2. ¿Cómo se desliza la ubicación temporo-espacial? Enumerar los datos.
3. ¿Qué evolución o involución moral sufre el personaje? ¿Qué hechos la describen?
4. ¿Qué intertexto legendario de transmisión oral es punto de partida para el relato?
5. ¿Indicio de qué podría ser la siguiente cita:"De pronto, como si los tragara la tierra, como si otra dimensión los absorbiera, se volvían difusos e invisibles en un segundo, al tiempo en que se ahogaban las voces y reinaba el silencio unos segundos."?





Ciudad de los Césares

Los arcabuces rugían endemoniados mientras la atmósfera se poblaba de pólvora.
Cada estruendo detonaba un fuego estremecedor.
Lo único que se veía fuera de la selva y la lluvia terca, eran las melenas tupidas de los indios que huían de nosotros.
Se internaban en la selva y se hacían lluvia también, hasta perderse en la oscuridad.
Ingresar en esos recodos insondables, repletos de peligros,  fue uno de los momentos más temibles que mi vida recuerda. Lo más aterrador era presenciar cómo se perdían tanto en la oscuridad como en el silencio las voces de los nuestros, en cuanto pasaban la segunda línea de árboles.
De pronto, como si los tragara la tierra, como si otra dimensión los absorbiera, se volvían difusos e invisibles en un segundo, al tiempo en que se ahogaban las voces y reinaba el silencio unos segundos.
Después del estupor que nos poseía, se renovaban los vítores, las arengas para ganar valor, y las nuevas filas se internaban, otra vez, en la selva. Quienes  quedábamos de este lado íbamos siendo diezmados por una consternación y un asombro tan dominante como impronunciado. Ninguno se atrevía siquiera a sospechar lo que allí precipitaba todo grito en el silencio más inquietante. Ni siquiera nos animábamos a mirarnos. Cada uno de nosotros clavaba la vista en la penumbra que se lo estaba comiendo todo. Hombres, armas, y caballos perdidos en el paisaje exuberante de las Indias.
Cientos de soldados se filtraron selva adentro. Muchos de ellos, amigos o viejos conocidos, que la vida me arrebató si no lo hicieron los caníbales. Jamás sabríamos qué pasó con ellos. Jamás siquiera lo habríamos sospechado si no nos hubiéramos aventurado nosotros también como una línea más de la ofensiva, fusiles en mano, machetes en el cinto, en ese insondable oscuro de la tierra.
Cuando las filas que nos precedían se perdieron en ese silencio de humeante pólvora, supe que no habría otra alternativa. Debíamos penetrar la flora sin esperanza y con el miedo en las uñas.

Dos años antes habíamos descendido de la goleta que nos llevó hasta esa costa. Y había sido inmediato el encuentro con los lugareños. Eran una tribu nutrida. Tenían una disposición abierta que, sin embargo, a mí me daba un poco de desconfianza. Quizá mi propio prejuicio, nacido de todo lo que mis ojos habían visto en la Isla de Santo Domingo, en Spiritu Sancto, y en tantos otros terrenos temibles del continente.
Los demás no parecían compartir conmigo esa desconfianza. Estaban entregados a los obsequios y la atención de todas nuestras necesidades.
Durante un tiempo yo no lograba olvidarme de los peligros que podrían acecharnos. Mis compañeros llegaron incluso a burlarse de ello. Era cierto: eran mansos, y el tiempo pasaba y el otro rostro que yo adivinaba en ellos no se manifestaba. Cuando mi orgullo herido por las bromas sanó un tanto, los meses me fueron enseñando a olvidar toda suspicacia. Por fin, comencé a avergonzarme de haberlas tenido siquiera.
Hoy sé, aunque a nadie pueda decírselo, que no me equivocaba. Ellos escondían una intención más homicida que ninguna daga. Rumiaban, mientras nosotros bebíamos y comíamos sus manjares, usábamos a sus mujeres y nos repartíamos sus oros, el modo más sagaz de destruirnos. Tan sagaz que ninguno de mis coterráneos podría haberlo imaginado hasta el momento en que el final se volvió visible.
 Incluso he sospechado que alguno de nosotros ni siquiera fue capaz de ver su firma en el momento de morir. Algunos habrán muerto sin comprender que esos hombres a los que consideramos seres inocentes, crédulos, inofensivos e incontrastablemente inferiores por simple raza, nos asesinaron en masa sin derramar una sola gota de sangre.
Mientras nosotros nos perdíamos en su presencia por los placeres que nos servían, ellos nos estudiaban, buceaban en nuestras intenciones más oscuras, nos descubrían en las apetencias, en los egoísmos, en las ansiedades.
Por esa vía supieron que deseábamos más que nada, un paraíso hecho de lingotes de oro, una usina de bienes intercambiables por nuevos placeres pero gozados donde pudiéramos además presumir de ello. Era en Europa donde deseábamos bebernos el goce de un sorbo, porque sólo en la ostentación de nuestra grandeza habríamos de saciarnos con la gloria.
En España debía ser para que las hembras tuvieran nuestra misma blancura. Generosas caderas y piernas blandas como corresponde a una mujer deseable. Las indianas eran tan salvajes que su desnudez se nos tornaba indiferente. Desnudar a una española era infinitamente más sacrílego y por tanto placentero. No había comparación.
Y esos anfitriones del demonio lo habían notado. Lo sabían. Sabían que buscaríamos hasta que halláramos esa mina inagotable de riquezas para intercambiar hasta el cansancio en Sevilla, en Vigo, en Aragón, donde fuera, para  dejarnos morir en madrugadas de excesos hasta que el corazón dijera basta.  Por ello y no por benefactores nos hablaron de la Ciudad de los Césares. El sitio que habíamos soñado era una realidad incontrastable. Una fehaciente verdad que algunos privilegiados habían visto y describían con detalle. Era un sitio escarpado, difícil, muchos peligros nos separaban de él pero allí estaba, aguardándonos entre los picos y las matas.
Recuerdo todavía la mañana en que nos reunió el Capitán y nos contó lo que había escuchado directo de sus bocas. De su sacerdote. Nos habló de un mapa, que él atesoraba con tal obsesión que se negó decenas de veces a exhibirlo. Con los días un rumor que finalmente confirmé circuló. Lo supe cuando Don Fernando se me topó hecho cadáver, en medio de la fuga. Tenía grabado el mapa en la piel de la cara interna de su pierna.
Mi propia miseria me llevó a mirarlo y tatuarlo en mi mente con una tinta tan invisible como indeleble. No deja de avergonzarme decirlo. En medio de la matanza y cuando algunos eran mutilados por los captores, la tribu más temible de una extensa región, yo me detuve entre la maleza, tomé de un pie al capitán y jalé de él hasta que lo arrastré dentro del arbusto en que me guarecí. Allí desgarré a puro cuchillo las telas que lo cubrían y entonces vi el mapa que una indiana le había grabado a fuerza de agujas y tinturas. Todavía estaba hinchada la zona. Tal vez fuera tan reciente…
Cuando los estruendos fueron alejándose desperté del letargo de un terror que me mantuvo quizá muchas horas quizá minutos dentro del pajonal que me cubría. Allí perdí toda compañía. Cuando logré la valentía para salir era ya entrada la noche, las fieras habrían podido hacer conmigo un festín si no fuera porque la sangre de mis compañeros las mantenía excitadas. No veía en la penumbra, pero oía claramente ese rugir furioso que hacen los predadores cuando combaten con las fibras resistentes de la carne. Casi de rodillas fui avanzando sólo por alejarme de ese horror. Pero entonces ya llevaba conmigo lo que sería el salvoconducto.
No supe hasta que el sol estuvo bien alto en el horizonte que al menos tres docenas de nosotros habían resistido entre la matas como yo. No todos ilesos. No todos conscientes. Ninguno como yo, poseedor de un tesoro que pesó como la sepultura. Hubo que morir para sobrellevarlo.
En efecto, el tiempo posterior hizo del mapa una verdadera tortura. Tantas veces me arrepentí de haberlo visto y de haberlo dibujado para los demás…. Del horror de desnudar a un hombre por arrebatarle un saber mezquino…  
A Dios me dirigí cada minuto de silencio que hice desde entonces. Y desde entonces el silencio fue mi seña. A ello debí el nombre que se me puso. Nadie dudó jamás de que conservara la capacidad de articular palabras. La había perdido en el espanto de la emboscada y no la recuperaría jamás. Eso creía el mundo, mientras yo no hacía sino rezar coronillas a Santa María en el más absoluto mutismo.
Habría sido tan difícil predecir lo que ella haría conmigo…  Si yo hubiera conocido la puerta estrecha que llevaba a la Ciudad de los Césares, nuestro soñado paraíso, tal vez jamás lo habría logrado. La codicia se habría diseminado en mi ser, engangrenado mi alma, y me habría llevado directo al destino que los otros tuvieron. Porque yo también lo merecí. Pero Nuestra Señora tenía otro plan para mí. ¿Por qué yo? No lo sé. No podré saberlo. Quizá mi oración suplicante, incansable pedido de misericordia, la conmovió. No lo sé.
Tal vez mi desesperación, la entrega de todo todo todo lo que había sido antes de la expedición, de mis sueños, de mis fantasías, de mi voluntad, del deseo, de la codicia, y hasta del mismo instinto de sobrevivir la tornara mi abogada.  El hombre que fui el día que me embarqué rumbo a las Indias era un desconocido para mí. Mi cuerpo respiraba sólo por no malograr un minuto la voluntad de Dios. Me había prometido vivir y penar lo que él quisiera. Lo había entregado casi todo. Y no dejaba de rezar, porque el egoísmo alzaba su último bastión en el anhelo de una muerte que se abriera con la sonrisa plácida de Nuestra Señora aguardándome…  Me avergonzaba de pretenderlo siquiera, no obstante, me aferraba a esa perspectiva con ansiedad.
En ese estado todo lo que sucedía fuera de mí era como una realidad en sueños, desdibujada, lejana, indiferente. En ese estado participé de dos batallas y seis días de persecución. Oí que habíamos vencido y supe que avanzábamos sobre los indianos. Contra un pueblo que creíamos era el custodio de la Ciudad. Tomamos algunos prisioneros y retrasamos cualquier moción hasta que nuestra lengua logró comprender su dialecto. Fue en ese momento en que se nos hizo perceptible el mayor obstáculo. Los jaínos  ─dos de ellos a los que nuestro capitán había hecho torturar para que confesaran─  revelaron la crucial dificultad. La ciudad era intermitente.
Aparecía y desaparecía en instantes para los ojos que pudieran verla. No todos los tenían.  Un extraño hechizo la difuminaba ante la mirada de los codiciosos. “Sólo es posible verla si se tiene el corazón puro”  había dicho el más pequeño de ellos. Ninguno de nosotros pareció creer en esa sentencia. O quizá, sí, y lo que falló fue el diagnóstico para el estado de las almas. La visión maculada en que el hombre se sumerge cuando está en pecado no alcanzaba para ver el lodo en el que el corazón permanecía. Ése siempre ha sido el peligro, los mismos ojos que se empantanan son los que deben ver.
El capellán había abandonado la expedición hacía tiempo.  No había cómo desembarrar de modo seguro nuestras almas.  A mí la oración se me había hecho carne al punto de rezar el día completo, y la noche también. No pocas veces desperté en medio de un AveMaría. Pero aunque rogara a Nuestro Señor la misericordia de su perdón, sin el sacramento de la penitencia no podía estar seguro de haber sido perdonado. Habría deseado advertir a mis compañeros sobre estos asuntos. Pero me pareció inútil. El mutismo había tornado innecesario casi todo comentario.  Nadie habría oído una sentencia como ésa. Era demasiado álgido para aceptarlo. Especialmente si viniera de mí, a quien se había tildado tantas veces de “extraviado”. Por eso callé. Confié en la gracia, que los advertiría antes. Confié y recé también por ellos.
Lo que los indianos no nos advirtieron fue el destino de quienes llegaban a las puertas de la ciudad y aún así no la veían. Quizá no lo hicieron en pago por las torturas.  Tal vez no lo supieran, y sólo tuvieran por seguro que ninguno de los que habían compartido esa suerte había regresado.  
Dormimos en un llano desmontado la última noche juntando fuerzas para ver el paraíso, vencer sus últimas dehesas y ver por fin La Ciudad de los Césares.
Yo había sospechado lo que omitieron los cautivos muchas horas antes de oír lo que oí.  Desde la explanada era aterrador escuchar cómo se ahogaba el sonido con cada fila que ingresaba en la selva.  Dentro de ese bosque estaba la Ciudad. Algunos se ilusionaban pensando que el silencio era señal de que habían ingresado a sus enormes murallas, aislantes del ruido al punto de eliminarlo. Yo no. El último terror me poseía al punto de arrancarme la oración de la boca. Ni siquiera podía recordar el Padre Nuestro. Ya entonces hablaba con Nuestro Señor con gemidos, con una plegaria desesperada. Me sentía abandonado de Dios, aunque sabía con la razón que debía estar escuchándome…
El silencio que se instalaba desde la maleza tornaba a helarnos la sangre después de cada avanzada. Éramos un ejército diezmado al pulso de nuestra propio corazón. No había más recursos para la travesía. No había recursos, ni hombres.
 No existía otra salida que el abismo de esa selva. Estuve allí cada segundo hasta el momento crucial. Y cuando llegó, cerré los ojos y corrí hacia delante, abrazándome a mi destino…


Cuando desperté, un sol centelleante me cegaba. Un olor a objeto desconocido llenaba la atmósfera. Era tan difícil diferenciar mi cuerpo del entorno cálido que me envolvía que de pronto, sin explicación, tuve la certeza de que así se sentía el vientre de mi madre.
Estuve inmóvil, los ojos cerrados durante un tiempo. No sé cuánto. Pero me resultaba doloroso abrirlos en ese resplandor. Y no me movía porque no habría querido por nada del mundo perder el estado de placidez en el que me encontraba. Ni siquiera deseaba entender bien qué lo provocaba. Sólo después supe que era un colchón inmenso, perfecto en su blandura, tan mullidamente inmóvil que uno percibía que se hundía en arenas movedizas sin descender un solo centímetro.

Algunas voces me confirmaban que no estaba solo. Pero poco importaba en realidad. Nada, me había prometido, quebraría este estado…  Después de años de limpiar fusiles, de huir y perseguir, de masacrar y temer a tal punto la muerte que finalmente uno acababa deseándola, estaba en el paraíso. Inmutable paraíso. Quietud. 

viernes, 23 de septiembre de 2016

Quintos. Cuento "La muerte viaja a caballo" para practicar géneros.

LA MUERTE VIAJA A CABALLO

(cuento)

Ednodio Quintero (Venezuela, 1947) 

Al atardecer, sentado en la silla de cuero de becerro, el abuelo creyó ver una extraña figura, oscura, frágil y alada volando en dirección al sol. Aquel presagio le hizo recordar su propia muerte. Se levantó con calma y entró a la sala. Y con un gesto firme, en el que se adivinaba, sin embargo, cierta resignación, descolgó la escopeta.
A horcajadas en un caballo negro, por el estrecho camino paralelo al río, avanzaba la muerte en un frenético y casi ciego galopar. El abuelo, desde su mirador, reconoció la silueta del enemigo. Se atrincheró detrás de la ventana, aprontó el arma y clavó la mirada en el corazón de piedra del verdugo. Bestia y jinete cruzaron la línea imaginaria del patio. Y el abuelo, que había aguardado desde siempre este momento, disparó. El caballo se paró en seco, y el jinete, con el pecho agujereado, abrió los brazos, se dobló sobre sí mismo y cayó a tierra mordiendo el polvo acumulado en los ladrillos.
La detonación interrumpió nuestras tareas cotidianas, resonó en el viento cubriendo de zozobra nuestros corazones. Salimos al patio y, como si hubiéramos establecido un acuerdo previo, en semicírculo rodeamos al caído. Mi tío se desprendió del grupo, se despojó del sombrero, e inclinado sobre el cuerpo aún caliente de aquel desconocido, lo volteó de cara al cielo. Entonces vimos, alumbrado por los reflejos ceniza del atardecer, el rostro sereno y sin vida del abuelo.

La línea de la vida, Caracas, Fundarte, 1988, Pág. 11

martes, 20 de septiembre de 2016

Cuartos. Cuestionario de Neoclasicismo

1. ¿Qué es el Neoclasicismo, en qué momento histórico ocurre y contra qué Movimiento literario y artístico reacciona?
2. ¿Qué es el Enciclopedismo y en qué sentido revoluciona la ciencia y el saber? ¿Qué consecuencias positivas y cuáles negativas genera?
3. ¿Qué modelos artísticos se intenta reeditar en este Movimiento y por qué se llama así?
4. ¿Qué es el Racionalismo y cómo se manifiesta durante este periodo?
5. ¿Qué significa la expresión "Iluminismo" o "Siglo de las Luces" aplicados a este periodo histórico?
6. ¿Qué géneros se hacen en este Movimiento? ¿Por qué? ¿Qué temas se tratan en cada uno?
7. ¿Qué normas se recuperan y qué efecto producen para los artistas?
8. ¿Qué se cree sobre las religiones y todas aquellas realidades que no pueden comprobarse? ¿Por qué?
9. ¿Qué método se torna la única vía de conocimiento? ¿Qué sucede con los demás modos y con los contenidos que esos modos logran?
10. ¿Qué filósofos escriben en este periodo y sobre qué? ¿Qué efecto tienen esas obras sobre la población? ¿A qué hechos históricos dan lugar esos escritos?
11. ¿Qué autores encabezan el trabajo emprendido por el Enciclopedismo?
12. ¿Quiénes son los autores que brillan en la fábula de este Movimiento? ¿Quiénes son los autores que producen con éxito obras que todavía guardan un espacio para la ficción y la fantasía?


Cuartos. Cuestionario de Barroco

1. ¿Qué significa "barroco"? ¿Por qué se llama así este periodo?
2. ¿Qué hecho histórico determina el pasaje entre el Renacimiento y el Barroco? ¿Por qué?
3. ¿Qué continuidad se da entre el Renacimiento y el Barroco? ¿Qué ruptura?
4. ¿Qué dos reacciones polares se dan en el pensamiento del Barroco y contra qué? ¿En qué polaridad literaria se traslucen?
5. ¿Qué es el Cisma de la Iglesia; qué, la Contrarreforma? ¿Por qué estos dos procesos afectan considerablemente a la literatura y al arte?
6. ¿Qué autores brillan en este Movimiento en España y en América?
7. ¿Qué dos formas de rima existen? ¿Cuál suele utilizar la poesía barroca?
8. ¿Qué es la métrica? ¿Qué implica la convención de Arte mayor y Arte menor?
9. ¿Cuáles son los tópicos comunes en este momento y cuáles en el Renacimiento?
10. ¿Qué es el conceptismo y qué el culteranismo? Transcribir un verso que sea ejemplo de cada uno.
11. ¿Qué es la sinalefa? ¿Qué es el hiato? ¿Qué, el diptongo? ¿Qué fenómeno ocurre cuando un verso termina en palabra aguda y cuál cuando termina en palabra esdrújula?

Cuartos. Cuestionario de Renacimiento

1.¿Qué hechos dan comienzo al Renacimiento y a la Edad Moderna? ¿En qué siglo ocurre?
2. ¿En qué consisten los avances culturales de esta época?
4. ¿Qué sucede con la certeza medieval de las verdades de la Iglesia?
5. ¿Qué espíritu y paradigma tiene el Renacimiento? ¿Qué método de conocimiento se impone?
6. ¿Por qué se denomina así este Movimiento? ¿Qué dos palabras clave lo retratan?
7. ¿Qué le preocupa al hombre común de la época? ¿Cómo manifiestan esto los héroes literarios?
8. ¿Qué moral predomina en este movimiento?
9. ¿De qué se trata El Quijote, qué parodia y cómo?
10. Referir tres momentos de El Quijote en que se vea la duda en la cultura de la época.
11. ¿Qué dos posturas críticas existen acerca de este texto? ¿Qué plantea cada una?
12. ¿Qué tópicos propone la poesía renacentista? ¿Qué convención rige la métrica y cuál es la versificación más clásica? Mencionar al menos un poeta renacentista.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Quintos. Simulacro de evaluación integradora

Evaluación  Quinto 
A.       Responder: ¿Qué es un Cantar de Gesta? ¿A qué época y realidad histórica pertenece? Ejemplificar con un texto.
B.       ¿Qué es el teatro isabelino? Marco histórico y características de su poética.
C.        ¿Qué es la dramática? ¿Porqué Aristóteles la califica de “mímesis perfecta”? ¿Qué la diferencia del drama?
D.       Determinar a qué género y subgénero pertenece el siguiente texto y analizar métrica, rima y recursos.
Lunas, marfiles, instrumentos, rosas,
lámparas y la línea de Durero,
las nueve cifras y el cambiante cero,
debo fingir que existen esas cosas.

Debo fingir que en el pasado fueron
Persépolis y Roma y que una arena
sutil midió la suerte de la almena
que los siglos de hierro deshicieron.

Debo fingir las armas y la pira
de la epopeya y los pesados mares
que roen de la tierra los pilares.

Debo fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi desventura
y mi ventura, inagotable y pura.

E.       Determinar a qué género y subgénero pertenece el siguiente texto. Referir la poética de cada categoría.
El muerto
(El Aleph (1949)
         Que un hombre del suburbio de Buenos Aires, que un triste compadrito sin más virtud que la infatuación del coraje, se interne en los desiertos ecuestres de la frontera del Brasil y llegue a capitán de contrabandistas, parece de antemano imposible. A quienes lo entienden así, quiero contarles el destino de Benjamin Otálora, de quien acaso no perdura un recuerdo en el barrio de Balvanera y que murió en su ley, de un balazo, en los confines de Río Grande do Sul. Ignoro los detalles de su aventura; cuando me sean revelados, he de rectificar y ampliar estas páginas. Por ahora, este resumen puede ser útil.
         Benjamín Otálora cuenta, hacia 1891, diecinueve años. Es un mocetón de frente mezquina, de sinceros ojos claros, de reciedumbre vasca; una puñalada feliz le ha revelado que es un hombre valiente; no lo inquieta la muerte de su contrario, tampoco la inmediata necesidad de huir de la República. El caudillo de la parroquia le da una carta para un tal Azevedo Bandeira, del Uruguay. Otálora se embarca, la travesía es tormentosa y crujiente; al otro día, vaga por las calles de Montevideo, con inconfesada y tal vez ignorada tristeza. No da con Azevedo Bandeira; hacia la medianoche, en un almacén del Paso del Molino, asiste a un altercado entre unos troperos. Un cuchillo relumbra; Otálora no sabe de qué lado está la razón, pero lo atrae el puro sabor del peligro, como a otros la baraja o la música. Para, en el entrevero, una puñalada baja que un peón le tira a un hombre de galera oscura y de poncho. Éste, después, resulta ser Azevedo Bandeira. (Otálora, al saberlo, rompe la carta, porque prefiere debérselo todo a sí mismo.) Azevedo Bandeira da, aunque fornido, la injustificable impresión de ser contrahecho; en su rostro, siempre demasiado cercano, están el judío, el negro y el indio; en su empaque, el mono y el tigre; la cicatriz que le atraviesa la cara es un adorno más, como el negro bigote cerdoso.
         Proyección o error del alcohol, el altercado cesa con la misma rapidez con que se produjo. Otálora bebe con los troperos y luego los acompaña a una farra y luego a un caserón en la Ciudad Vieja, ya con el sol bien alto. En el último patio, que es de tierra, los hombres tienden su recado para dormir. Oscuramente, Otálora compara esa noche con la anterior; ahora ya pisa tierra firme, entre amigos. Lo inquieta algún remordimiento, eso sí, de no extrañar a Buenos Aires. Duerme hasta la oración, cuando lo despierta el paisano que agredió, borracho, a Bandeira. (Otálora recuerda que ese hombre ha compartido con los otros la noche de tumulto y de júbilo y que Bandeira lo sentó a su derecha y lo obligó a seguir bebiendo.) El hombre le dice que el patrón lo manda buscar. En una suerte de escritorio que da al zaguán (Otálora nunca ha visto un zaguán con puertas laterales) está esperándolo Azevedo Bandeira, con una clara y desdeñosa mujer de pelo colorado. Bandeira lo pondera, le ofrece una copa de caña, le repite que le está pareciendo un hombre animoso, le propone ir al Norte con los demás a traer una tropa. Otálora acepta; hacia la madrugada están en camino, rumbo a Tacuarembó.
         Empieza entonces para Otálora una vida distinta, una vida de vastos amaneceres y de jornadas que tienen el olor del caballo. Esa vida es nueva para él, y a veces atroz, pero ya está en su sangre, porque lo mismo que los hombres de otras naciones veneran y presienten el mar, así nosotros (también el hombre que entreteje estos símbolos) ansiamos la llanura inagotable que resuena bajo los cascos. Otálora se ha criado en los barrios del carrero y del cuarteador; antes de un año se hace gaucho. Aprende a jinetear, a entropillar la hacienda, a carnear, a manejar el lazo que sujeta y las boleadoras que tumban, a resistir el sueño, las tormentas, las heladas y el sol, a arrear con el silbido y el grito. Sólo una vez, durante ese tiempo de aprendizaje, ve a Azevedo Bandeira, pero lo tiene muy presente, porque ser hombre de Bandeira es ser considerado y temido, y porque, ante cualquier hombrada, los gauchos dicen que Bandeira lo hace mejor. Alguien opina que Bandeira nació del otro lado del Cuareim, en Rio Grande do Sul; eso, que debería rebajarlo, oscuramente lo enriquece de selvas populosas, de ciénagas, de inextricable y casi infinitas distancias. Gradualmente, Otálora entiende que los negocios de Bandeira son múltiples y que el principal es el contrabando. Ser tropero es ser un sirviente; Otálora se propone ascender a contrabandista. Dos de los compañeros, una noche, cruzarán la frontera para volver con unas partidas de caña; Otálora provoca a uno de ellos, lo hiere y toma su lugar. Lo mueve la ambición y también una oscura fidelidad. Que el hombre (piensa) acabe por entender que yo valgo más que todos sus orientales juntos.
         Otro año pasa antes que Otálora regrese a Montevideo. Recorren las orillas, la ciudad (que a Otálora le parece muy grande); llegan a casa del patrón; los hombres tienden los recados en el último patio. Pasan los días y Otálora no ha visto a Bandeira. Dicen, con temor, que está enfermo; un moreno suele subir a su dormitorio con la caldera y con el mate. Una tarde, le encomiendan a Otálora esa tarea. Éste se siente vagamente humillado, pero satisfecho también.
          El dormitorio es desmantelado y oscuro. Hay un balcón que mira al poniente, hay una larga mesa con un resplandeciente desorden de taleros, de arreadores, de cintos, de armas de fuego y de armas blancas, hay un remoto espejo que tiene la luna empañada. Bandeira yace boca arriba; sueña y se queja; una vehemencia de sol último lo define. El vasto lecho blanco parece disminuirlo y oscurecerlo; Otálora nota las canas, la fatiga, la flojedad, las grietas de los años. Lo subleva que los esté mandando ese viejo. Piensa que un golpe bastaría para dar cuenta de él. En eso, ve en el espejo que alguien ha entrado. Es la mujer de pelo rojo; está a medio vestir y descalza y lo observa con fría curiosidad. Bandeira se incorpora; mientras habla de cosas de la campaña y despacha mate tras mate, sus dedos juegan con las trenzas de la mujer. Al fin, le da licencia a Otálora para irse.
         Días después, les llega la orden de ir al Norte. Arriban a una estancia perdida, que está como en cualquier lugar de la interminable llanura. Ni árboles ni un arroyo la alegran, el primer sol y el último la golpean. Hay corrales de piedra para la hacienda, que es guampuda y menesterosa. El Suspiro se llama ese pobre establecimiento.
         Otálora oye en rueda de peones que Bandeira no tardará en llegar de Montevideo. Pregunta por qué; alguien aclara que hay un forastero agauchado que está queriendo mandar demasiado. Otálora comprende que es una broma, pero le halaga que esa broma ya sea posible. Averigua, después, que Bandeira se ha enemistado con uno de los jefes políticos y que éste le ha retirado su apoyo. Le gusta esa noticia.
         Llegan cajones de armas largas; llegan una jarra y una palangana de plata para el aposento de la mujer; llegan cortinas de intrincado damasco; llega de las cuchillas, una mañana, un jinete sombrío, de barba cerrada y de poncho. Se llama Ulpiano Suárez y es el capanga o guardaespaldas de Azevedo Bandeira. Habla muy poco y de una manera abrasilerada. Otálora no sabe si atribuir su reserva a hostilidad, a desdén o a mera barbarie. Sabe, eso si, que para el plan que está maquinando tiene que ganar su amistad.
         Entra después en el destino de Benjamin Otálora un colorado cabos negros que trae del sur Azevedo Bandeira y que luce apero chapeado y carona con bordes de piel de tigre. Ese caballo liberal es un símbolo de la autoridad del patrón y por eso lo codicia el muchacho, que llega también a desear, con deseo rencoroso, a la mujer de pelo resplandeciente. La mujer, el apero y el colorado son atributos o adjetivos de un hombre que él aspira a destruir.
         Aquí la historia se complica y se ahonda. Azevedo Bandeira es diestro en el arte de la intimidación progresiva, en la satánica maniobra de humillar al interlocutor gradualmente, combinando veras y burlas; Otálora resuelve aplicar ese método ambiguo a la dura tarea que se propone. Resuelve suplantar, lentamente, a Azevedo Bandeira. Logra, en jornadas de peligro común, la amistad de Suárez. Le confía su plan; Suárez le promete su ayuda. Muchas cosas van aconteciendo después, de las que sé unas pocas. Otálora no obedece a Bandeira; da en olvidar, en corregir, en invertir sus órdenes. El universo parece conspirar con él y apresura los hechos. Un mediodía, ocurre en campos de Tacuarembó un tiroteo con gente riograndense; Otálora usurpa el lugar de Bandeira y manda a los orientales. Le atraviesa el hombro una bala, pero esa tarde Otálora regresa al Suspiro en el colorado del jete y esa tarde unas gotas de su sangre manchan la piel de tigre y esa noche duerme con la mujer de pelo reluciente. Otras versiones cambian el orden de estos hechos y niegan que hayan ocurrido en un solo día.
         Bandeira, sin embargo, siempre es nominalmente el jefe. Da órdenes que no se ejecutan; Benjamín Otálora no lo toca, por una mezcla de rutina y de lástima.
         La última escena de la historia corresponde a la agitación de la última noche de 1894. Esa noche, los hombres del Suspiro comen cordero recién carneado y beben un alcohol pendenciero. Alguien infinitamente rasguea una trabajosa milonga. En la cabecera de la mesa, Otálora, borracho, erige exultación sobre exultación, júbilo sobre júbilo; esa torre de vértigo es un símbolo de su irresistible destino. Bandeira, taciturno entre los que gritan, deja que fluya clamorosa la noche. Cuando las doce campanadas resuenan, se levanta como quien recuerda una obligación. Se levanta y golpea con suavidad a la puerta de la mujer. Ésta le abre en seguida, como si esperara el llamado. Sale a medio vestir y descalza. Con una voz que se afemina y se arrastra, el jefe le ordena:
         —Ya que vos y el porteño se quieren tanto, ahora mismo le vas a dar un beso a vista de todos.
         Agrega una circunstancia brutal. La mujer quiere resistir, pero dos hombres la han tomado del brazo y la echan sobre Otálora. Arrasada en lágrimas, le besa la cara y el pecho. Ulpiano Suárez ha empuñado el revólver. Otálora comprende, antes de morir, que desde el principio lo han traicionado, que ha sido condenado a muerte, que le han permitido el amor, el mando y el triunfo, porque ya lo daban por muerto, porque para Bandeira ya estaba muerto.
         Suárez, casi con desdén, hace fuego.





miércoles, 14 de septiembre de 2016

Terceros. Subordinadas de las tres clases

1. Cuando hallaron el cajón en el que estaba escondida la llave que buscaban, intentaron abrirlo pero no fue posible.
2.Las autoridades que debían autorizar el envío procuraron que los destinatarios estuvieran en casa cuando les llegara la encomienda que esperaban.
3. Las frutas que te mandaron a comprar ayer se pusieron como una pasa de uva cuando las sacamos de la heladera en la que estaba.
4. Los enviados especiales al país en el que se sucedieron los hechos que preocupan a la opinión pública debieron vacunarse para que la malaria y otras enfermedades no los atacaran.
5. Les informaron mientras estaban llegando al micro ya que no sabían que el responsable no se presentaría hasta ese momento en que el policía se acercó con la novedad.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Quintos. Cuestionario de Axolotl de Cortázar

1.¿Qué elementos del texto preparan el terreno para el género fantástico?
2. Después de toparse con los axolotl en el acuario, ¿qué hace el protagonista para conocerlos más?
3. ¿Qué otros animales visitaba el narrador antes de descubrir el acuario?
4. ¿Qué creés que podría significar la siguiente cita: "...desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos"?
5.¿Qué partes del cuerpo del axolotl resultan especialmente humanas?
6. ¿Cómo perciben el tiempo los axolotls? ¿Qué llevó al protagonista a inclinarse fascinado la primera vez que los vio? ¿Qué voluntad secreta les atribuye?
7. ¿Qué diferencia los ojos de los axolotl de los de otros peces y del hombre? ¿Qué noticia le dan sus ojos al narrador?
8. ¿Qué origen sugiere la siguiente cita "Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal a una reflexión desesperada?
9. ¿Por qué creés que los axolotl piden auxilio? ¿Qué significa que el mundo de libertad les había pertenecido? ¿Qué mensaje de dolor expresan?
10. ¿Por qué creés que se dice que "eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma? ¿Cómo se relaciona esa definición con "Pero los puentes están cortados entre él y yo[...] creo que en un principio yo era capaz de volver en cierto modo a él (ah, sólo en cierto modo), y mantener alerta su deseo de conocernos mejor"?
11. Una vez transmigrado el hombre en el axolotl, de sentir que está condenado a moverse lúcidamente entre seres insensibles, qué descubre?
12. Resaltar todas las referencias a lo dorado, lo áureo o de oro que aparece en el texto. ¿Qué podría representar esa mirada áurea?
13. ¿Por qué se dice que el hombre al final "creyendo imaginar un cuento, va a escribir todo esto sobre los axolotl"?
14. Generar dos hipótesis de qué podrían simbolizar los axolotl y justificarlas con una cita cada una.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Quintos.Cuento para practicar "Profecía autocumplida" de García Márquez




Responder
1. ¿Cuál es el tema del texto? ¿Qué mensaje deja?
2. Mediante qué argumento lo propone.
3. ¿Qué sentido de realidad plantean los hechos y a qué subgénero pertenece según este aspecto?
4. ¿A qué otros subgéneros corresponde?
5. ¿Cómo es el estilo y el lenguaje elegido por el autor? ¿Por qué te parece que escoge así? 



La profecía autocumplida García Márquez



Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. 
Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación.
 
Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:
 
"No sé pero he amanecido con el presentimiento que algo muy grave va a sucederle a este pueblo".
 

El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:
 
"Te apuesto un peso a que no la haces".
 
Todos se ríen. El se ríe. Tira la carambola y no la hace.
 
Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla
 
Y él contesta: "es cierto pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo".
 

Todos se ríen de él y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mama, o una nieta o en fin, cualquier pariente, feliz con su peso dice y comenta:
 
-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.
 
-¿Y porqué es un tonto?
 
-Porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.
 

Y su madre le dice:
 
- No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.
 

Una pariente oye esto y va a comprar carne.
 
Ella le dice al carnicero:
 
"Deme un kilo de carne" y en el momento que la está cortando, le dice: Mejor córteme dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado".
 

El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar un kilo de carne, le dice:
 
"mejor lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar y se están preparando y comprando cosas".
 

Entonces la vieja responde: "Tengo varios hijos, mejor deme cuatro kilos..."
 

Se lleva los cuatro kilos y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata a otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor.
 

Llega el momento en que todo el mundo en el pueblo, está esperando que pase algo.
 
Se paralizan las actividades y de pronto a las dos de la tarde.
 
Alguien dice:
 
-¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?
 
-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!
 
Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.
 

-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.
 
-Pero a las dos de la tarde es cuando hace más calor.
 
-Sí, pero no tanto calor como ahora.
 

Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:
 
"Hay un pajarito en la plaza".
 
Y viene todo el mundo espantado a ver el pajarito.
 
-Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.
 
-Sí, pero nunca a esta hora.
 

Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.
 
-Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.
 
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde todo el pueblo lo ve.
 

Hasta que todos dicen: "Si este se atreve, pues nosotros también nos vamos".
 
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo.
 
Se llevan las cosas, los animales, todo.
 

Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice: "Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa", y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.
 

Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, le dice a su hijo que está a su lado:
 
"¿Viste, mi hijo, que algo muy grave iba a suceder en este pueblo?"


miércoles, 7 de septiembre de 2016

Quintos. Cuento para practicar. Los brahamanes y el león.

LOS BRAHAMANES Y EL LEÓN

Cuento anónimo hindú

En cierto pueblo había cuatro brahmanes que eran amigos. Tres habían alcanzado el confín de cuanto los hombres pueden saber, pero les faltaba cordura. El otro desdeñaba el saber; sólo tenía cordura. Un día se reunieron. ¿De qué sirven las prendas, dijeron, si no viajamos, si no logramos el favor de los reyes, si no ganamos dinero? Ante todo, viajemos.
Pero cuando habían recorrido un trecho, dijo el mayor:
-Uno de nosotros, el cuarto, es un simple, que no tiene más que cordura. Sin el saber, con mera cordura, nadie obtiene el favor de los reyes. Por consiguiente, no compartiremos con él nuestras ganancias. Que se vuelva a su casa.
El segundo dijo:
-Mi inteligente amigo, careces de sabiduría. Vuelve a tu casa.
El tercero dijo:
-Esta no es manera de proceder. Desde chicos hemos jugado juntos. Ven, mi noble amigo. Tú tendrás tu parte en nuestras ganancias.
Siguieron su camino y en un bosque hallaron los huesos de un león. Uno de ellos dijo:
-Buena ocasión para ejercitar nuestros conocimientos. Aquí hay un animal muerto; resucitémoslo.
El primero dijo:
-Sé componer el esqueleto.
El segundo dijo:
-Puedo suministrar la piel, la carne y la sangre.
El tercero dijo:
-Sé darle vida.
El primero compuso el esqueleto, el segundo suministró la piel, la carne y la sangre. El ter-cero se disponía a infundir la vida, cuando el hombre cuerdo observó:
-Es un león. Si lo resucitan, nos va a matar a todos.
-Eres muy simple -dijo el otro-. No seré yo el que frustre la labor de la sabiduría.
-En tal caso -respondió el hombre cuerdo- aguarda que me suba a este árbol.
Cuando lo hubo hecho, resucitaron al león; éste se levantó y mató a los tres. El hombre cuerdo esperó a que se alejara el león para bajar del árbol y volver a su casa.


domingo, 4 de septiembre de 2016

Quintos. Cuentos para practicar. Matar a un niño, Stig Dagerman

1. Definir a qué género pertenece el cuento, a qué subgéneros y justificar con la teoría. Respecto al sentido de realidad que propone, ¿a qué subgénero corresponde? Justificar.
2. ¿Qué particularidad tiene el tratamiento del tiempo en este caso? ¿Cómo sostiene el relato el interés del lector?
3. ¿Quién es la víctima, según nos propone la perspectiva del narrador?
4. ¿Cuántas líneas de acción posee el texto? ¿Cómo y cuándo se amalgaman entre sí?
5. ¿Cómo es el lenguaje del texto?


MATAR A UN NIÑO

(cuento)

Stig Dagerman (Suecia, 1923-1954)

Es un día suave y el sol está oblicuo sobre la llanura. Pronto sonarán las campanas, porque es domingo. Entre dos campos de centeno, dos jóvenes han hallado una senda por la que nunca fueron antes, y en los tres pueblos de la planicie resplandecen los vidrios de las ventanas. Algunos hombres se afeitan frente a los espejos en las mesas de las cocinas, las mujeres cortan pan para el café, canturreando, y los niños están sentados en el suelo, abrochándose la blusa. Es la mañana feliz de un día desgraciado, porque este día, en el tercer pueblo, un hombre feliz matará a un niño. Todavía el niño está sentado en el suelo y abrocha su camisa, y el hombre que se afeita dice que hoy darán un paseo en bote por el riachuelo, y la mujer canturrea y coloca el pan, recién cortado, en un plato azul. Ninguna sombra atraviesa la cocina y, sin embargo, el hombre que matará al niño está al lado del surtidor rojo de gasolina, en el primer pueblo. Es un hombre feliz que mira por el visor de una máquina de fotos y ve un pequeño coche azul y, a su lado, a una muchacha que ríe. Mientras la muchacha ríe y el hombre toma la hermosa fotografía, el vendedor de gasolina ajusta la tapa del depósito y les asegura que tendrán un bonito día. La muchacha se sienta en el coche y el hombre que matará al niño saca su billetera del bolsillo y comenta que viajarán hasta el mar, y en el mar pedirán prestado un bote y remarán lejos, muy lejos. A través de los vidrios bajados, la muchacha, en el asiento delantero, oye lo que él dice; cierra los ojos, ve el mar y al hombre junto a sí en el bote. No es ningún hombre malo, es alegre y feliz, y antes de entrar en el automóvil se detiene un instante frente al radiador que centellea al sol, y goza del brillo y del olor a gasolina y a ciruelo silvestre. No cae ninguna sombra sobre el coche y el refulgente parachoques no tiene ninguna abolladura y no está rojo de sangre.
Pero, al mismo tiempo que en el primer pueblo el hombre cierra la puerta izquierda del coche y tira del botón de arranque, en el tercer pueblo la mujer abre su alacena, en la cocina, y no encuentra el azúcar. El niño, que se ha abrochado la camisa y que se ha atado los cordones de los zapatos, está de rodillas en el sofá y contempla el riachuelo que serpentea entre los alisos, y el negro bote que está medio varado sobre la hierba. El hombre que perderá a su hijo está recién afeitado y, en ese momento, pliega el soporte del espejo. En la mesa, las tazas de café, el pan, la leche y las moscas. Sólo falta el azúcar, y la madre ordena a su hijo que corra a casa de los Larsson y pida prestados algunos terrones. Y mientras el niño abre la puerta, el padre le grita que se dé prisa, porque el bote espera en la ribera. Remarán hasta tan lejos como nunca antes remaron. Cuando el niño corre a través del jardín, en todo momento piensa en el riachuelo y en los peces que saltan, y nadie le susurra que sólo le quedan ocho minutos de vida y que el bote permanecerá allí en donde está, todo el día y muchos otros días. No está lejos la casa de los Larsson: únicamente cruzar el camino, y mientras el niño corre atravesándolo, el pequeño coche azul entra en el otro pueblo. Es un pueblo pequeño con pequeñas casas rojas, con gente que acaba de despertar, que está en la cocina con las tazas de café levantadas y observan al coche venir por el otro lado del seto con grandes nubes de polvo detrás de sí. Va muy rápido, y el hombre ve cómo los álamos y los postes de telégrafo, recién alquitranados, pasan como sombras grises. Sopla el verano por la ventanilla. Salen velozmente del pueblo. El coche se mantiene seguro en medio del camino. Están solos todavía. Es placentero viajar completamente solos por un liso y ancho camino, y a campo abierto es mucho mejor aún. El hombre es feliz y fuerte, y en el codo derecho siente el cuerpo de su futura mujer. No es ningún hombre malo. Tiene prisa por alcanzar el mar. No sería capaz de matar a una mosca, pero sin embargo, pronto matará a un niño. Mientras avanzan hacía el tercer pueblo, cierra la muchacha otra vez los ojos y juega que no los abrirá hasta que puedan ver el mar, y al compás de los suaves botes del coche, sueña en lo terso que estará.
¿Por qué la vida está construida con tanta crueldad, que un minuto antes de que un hombre feliz mate a un niño, todavía es feliz y un minuto antes de que una mujer grite de horror, puede cerrar los ojos y soñar con el ancho mar, y durante el último minuto de la vida de un niño pueden sus padres estar sentados en una cocina y esperar el azúcar y hablar sobre los dientes blancos de su hijo y sobre un paseo en bote, y el niño mismo puede cerrar una verja y empezar a atravesar un camino con algunos terrones en la mano derecha envueltos en papel blanco; y durante este último minuto no ver otra cosa que un largo y brillante riachuelo con grandes peces y un ancho bote con callados remos?
Después, todo es demasiado tarde. Después, hay un coche azul cruzado en el camino, y una mujer que grita, retira la mano de la boca y la mano sangra. Después, un hombre abre la puerta de un coche y trata de mantenerse en pie, aunque tiene un abismo de terror dentro de sí. Después hay algunos terrones de azúcar blanca desparramados absurdamente entre la sangre y la arenilla, y un niño yace inmóvil boca abajo, con la cara duramente apretada contra el camino. Después, llegan dos lívidas personas que todavía no han podido beberse el café, que salen corriendo desde la verja y ven en el camino un espectáculo que jamás olvidarán.
Porque no es verdad que el tiempo cure todas las heridas. El tiempo no cura la herida de un niño muerto y cura muy mal el dolor de una madre que olvidó comprar azúcar y mandó a su hijo a través del camino para pedirla prestada; e, igualmente, cura muy mal la congoja del hombre feliz, que lo mató..
Porque el que ha matado a un niño, no va al mar. El que ha matado a un niño vuelve lentamente a casa en medio del silencio, y junto a sí lleva una mujer muda con la mano vendada; y en todos los pueblos por los que pasan ven que no hay ni una sola persona alegre. Todas las sombras son más oscuras, y cuando se separan todavía es en silencio; y el hombre que ha matado a un niño sabe que este silencio es su enemigo, y que va a necesitar años de su vida para vencerlo, gritando que no fue culpa suya. Pero sabe que esto es mentira, y en los sueños de muchas noches deseará en cambio tener un solo minuto de su vida pasada para “hacer este solo minuto diferente”.
Pero tan cruel es la vida para el que ha matado a un niño, que después todo es demasiado tarde.

Terceros. Detección de subordinadas sustantivas y adjetivas.

Detectar en el siguiente texto todas las oraciones subordinadas sustantivas y adjetivas y sus funciones en la oración principal.



 La belleza y la literatura

 Cruzaron la puerta del colegio y Ariana se separó del grupo, iba caminando en sentido contrario a la plaza porque tenía que comprar un mapa. Pero no fue mucho más allá por la vereda, cuando sintió una mano en su hombro derecho. Era Martín. El mismo Martín que estaba en su vida desde que se acordaba. El que el año anterior le había pedido, sin pedírselo, que fueran…. ¿novios? No estaba segura. Martín y el resto le tenían miedo a esa palabra. No la decían jamás. “Se arreglaban”, “se agarraban”, “se hablaban”, miles de formas de decir algo que a ellos no los hiciera sentirse atrapados, comprometidos; y a ellas, ridículas, pretenciosas, desubicadas. Todo un cuidado puesto en el no decir. Y Ariana y Martín habían sido “eso”. Mejor no definirlo. Pero ahora no lo eran. Y, después de los meses del verano en que apenas se cruzaron en una pileta o en la pintada de quince de Solana, las cosas estaban inconclusas. Quizá por ello Ariana sintió correrle un frío y un calor inexplicable por la espalda. Y después, esa bola de calor se le instaló en la panza. Aunque fue recién cuando escuchó por qué la detenía. Martín la estaba invitando a su casa. Había que estudiar. Literatura. Era complicado. Profesor nuevo. Él tenía mayor disciplina de estudio. Ella era más apasionada, sabía matizar con juego las tardes de estudio. Las invitaba a ella y a Lucía.
 −Lucía se quedó esperando el horario. Ahora viene. Ariana no supo qué hacer en principio. Pero si ella también iba… Dijo que sí. Ambos se quedaron paraditos en el mismo punto esperando a Lucía, durante dos o tres minutos, que para Ariana fueron eternos. Por fin llegó. Un rato después, los tres tenían abiertas las carpetas sobre una mesita en el living de Martín, y comenzaban a ponerse serios.
 ─ Bueno, leo yo un rato−dijo él− pero después sigue alguna de ustedes… Dice: “La literatura es un arte y como todo arte su objetivo fundamental es la belleza.
 ─¿Cómo la belleza?−preguntó Lucía.
─Sí, ¿no te acordás que lo vimos en clase?− contestó Martín. Ariana hizo un gesto de desconcierto. ─Sí, ¿no se acuerdan que el profe decía que así como había una “moda” de la ropa que dictaba qué era lo lindo y qué estaba pasado, también había un gusto literario?
─Lo de la moda me lo acuerdo, pero ¿qué sería lindo en literatura?−preguntó Ariana.
─ Ah ─Martín hizo una pausa─ me mataste… No sé… Lucía soltó una carcajada y dijo por lo bajo: −Posta que lo mataste…−Se refería a lo muerto que estaba Martín con Ariana, cosa que era una evidencia para todo el grupo de amigos, por más que los dos callaran. Martín y Ariana fingieron no haberla oído. Pero a ambos les quedó la atención pegada a eso, como si fuera una bandera atascada a un palo en medio de la tormenta de viento.
 ─ ¿La belleza literaria será por cómo suena cuando lo leés? Si las poesías de María Elena Walsh nos gustaban de chicos es porque sonaban bien. Me imagino que por eso se pueden cantar, se les puede poner música…
─Pero un cuento o una novela no sé si suenan bien−dijo Lucía.
─Sí, para mí sí, también suenan bien… ¿te acordás cuando en la primaria nos hacían escribir “narraciones”? ¿Vos elegías las palabras así nomás, sin pensar cómo quedaban en la oración?
 −¡Qué sé yo!
−Yo no, yo pensaba sinónimos para no poner cosas repetidas, para que no sonara todo igual…
─ ¿Cómo igual?− preguntó Ariana.
─Sí, ponele que querés decir que “la pasión que pusiste en la canción provocó una emoción”, ¿no te suena mal tres veces “–ción”?
─Ah, sí, claro…−contestó Lucía− En cambio de “que pusiste en la canción” ponés alguna palabra que no termine en “–ción”… “La emoción que pusiste al cantar”, por ejemplo…¿Ves que también suenan bien o no las palabras de un cuento?
─Sí, tiene razón−intervino Ariana, mirando sólo a Lucía, cosa que para Martín fue señal de que todavía estaba inhibida−. Pero no creo que sea solo eso. Porque lo que dice el texto también debe poder ser bello o no… Me refiero al sentido de las palabras… Martín bajó la vista y volvió a mirar el libro…
 ─Acá dice que la armonía de las partes y la unidad definen la belleza de la obra… ¿Qué significa?
─ ¡Qué se yo!−irrumpió Lucía− Yo propongo que avancemos, si no arrancamos con los mitos no llegamos… ¡Nos quedan toda La Ilíada y La Odisea todavía!
─No, pará, pará, yo creo que la literatura te hace imaginar. Y esas imágenes que se te arman en la cabeza mientras leés deben tener que ver también con la belleza del texto, ¿no? Martín le concedió la razón a Ariana, aunque tenía dudas, pero de algún modo se dejó convencer por la alegría de tenerla en su casa, aunque fuera sólo para estudiar. Era un principio. Lucía, mientras él se dejaba llevar hacia otros pensamientos, propuso:
 −Lo importante entonces es que la obra literaria siempre debe buscar la belleza por encima de otros objetivos. “El mensaje, la utilidad didáctica o social, e incluso el entretenimiento que produce son secundarios…”, apunté yo en clase.
─¿Cómo?
─Sí,sí, es así. El profesor dijo que el primer objetivo tiene que ser la belleza, después puede tener la finalidad de denunciar una situación social, mostrar un estilo de vida o de pensamiento, enseñar algo, entretener, divertir… Pero todo eso viene después en importancia. De eso depende que sea literatura o no.
 ─ Ok. Pero si depende de eso, ¿cómo sabés si un texto es bello o no? Lo que para vos es lindo para mí puede que no.−dijo Ariana.
 ─ Vos sos linda.
─¿Qué?
─ Nada. Nada ─ Martín se rió convirtiéndolo en un chiste. En algún punto, estaba sorprendido de lo que había dejado salir por su boca.─.Quiero decir que una poesía puede ser linda para vos…
─ Claro, linda para mí, y para otro no. ¿Quién define si es literatura o no?
─ Acá dice que eso lo define algo así como una “comunidad”, un “acuerdo de autoridades en el tema”, un “gusto común”.
─Como la moda. ¿Quién define que se usen los pantalones chupines? Los pone un diseñador en la pasarela y si a la gente le gusta, todas las vidrieras tienen chupines… ¿Así?
─Sí. Claro. Como la moda. Está buena la comparación─dijo Martín─. Y que los “Clásicos” son esas obras que perduran en el tiempo, que son considerados “bellos” por distintas épocas.
−¡Los básicos!
−Iba a decir lo mismo− dijo Lucía.
─¿Eh? Paren con la interpretación “fashion”. Los que siempre estan vigentes serían los clásicos.
─ Exacto. Bueno, esto ya lo sabemos.
 −¿Les parece?−dijo Ariana.
 −Sí. Veamos eso de la teoría del péndulo. 
−Ok